Sirviendo al prójimo en necesitado

July 6, 2018

Nota del editor: Esta es una reimpresión de la columna de junio de 2017 de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América.

 

Estamos en tiempos de tensión política. Es probable que esta oración misma en la columna de la Obispo Presidente cause extrañeza.

En toda esta iglesia he oído historias de que hay feligreses inquietos por la lectura del Evangelio los domingos, pues creen que el pastor escogió el pasaje a manera de crítica del actual gobierno. Parece que las Bienaventuranzas provocan la mayor atención. En cierta forma esto es bueno; tal vez todos estamos oyendo las palaras de Jesús con oídos frescos. Sin embargo, la realidad es que las Bienaventuranzas han sido la porción del Evangelio asignada al cuarto domingo de Epifanía (año A) por todo el tiempo que hemos estado usando el leccionario.

En estos tiempos de tensión es bueno considerar dos cosas: la relación entre la iglesia y el estado, y cómo los luteranos participan en la sociedad civil. Hablamos con frecuencia de la “separación entre iglesia y estado”. Comúnmente, este principio es planteado cuando los feligreses creen que el pastor (o el sínodo, la organización nacional o el obispo) se están “metiendo en la política”. Existe la suposición de que la iglesia sólo debe lidiar con lo espiritual, y que no debe tener nada que ver con la vida civil y la vida política. La Primera Enmienda dice: “El Congreso no establecerá ley alguna relativa al establecimiento de religión, o prohibiendo el libre ejercicio de la misma”. La separación de la iglesia y el estado tiene el propósito de proteger la libertad religiosa e impedir que el gobierno interfiera en la iglesia.

Nosotros, los luteranos, también citamos la doctrina de los dos reinos de Martín Lutero; el temporal y el espiritual. Esto ha sido malinterpretado como que la esfera temporal es inferior a la esfera espiritual; o que Dios, y por lo tanto los fieles, no deben preocuparse por lo temporal, no deben permitir lo temporal en la iglesia, y realmente no tienen por qué involucrarse demasiado en la arena pública.

Sin embargo, lo que entendemos como luteranos es que la iglesia y el estado, lo espiritual y lo temporal, son ambos establecidos por Dios y ambos son parte del reinado dual de Dios. Cuando oramos “el pan nuestro de cada día dánoslo hoy”, también estamos pidiendo que Dios nos dé el regalo de un buen gobierno (Catecismo Menor de Lutero).

Cuando oramos “el pan nuestro de cada día dánoslo hoy”, también estamos pidiendo que Dios nos dé el regalo de un buen gobierno (Catecismo Menor de Lutero).

Tanto la iglesia como el estado son buenos regalos de Dios y han sido establecidos con propósitos específicos. La obra que corresponde a la iglesia es “predicar íntegramente el evangelio y administrar los santos sacramentos en conformidad con el evangelio” (Confesión de Augsburgo VII). La obra que corresponde al estado es mantener la paz y el orden, y apoyar y sustentar las vidas de sus ciudadanos. Y como confesamos que Dios adoptó la vida humana por medio de la encarnación de Jesucristo, que aceptó en él la carne nuestra, no tenemos una jerarquía de valor que coloca lo espiritual por encima de lo temporal.

La participación activa en la vida pública y el deber del gobierno de ocuparse de su pueblo, especialmente de los más vulnerables, han formado parte del movimiento luterano desde sus inicios. Cuando Lutero explicó la petición “el pan nuestro de cada día dánoslo hoy”, él afirmó: “Por ello, convendrá poner en el escudo de armas de todo príncipe recto un pan en lugar de un león” (Catecismo Mayor). También escribió que la “segunda virtud de un príncipe es hacer justicia a los pobres, huérfanos y viudas, y avanzar la causa de ellos”.

Los luteranos no se retiran de la vida pública. De hecho, nuestra constitución nos compromete a “trabajar con las autoridades civiles en áreas de mutuo esfuerzo, manteniendo la separación institucional de la iglesia y el estado en una relación de interacción funcional”. Los luteranos cumplimos nuestra vocación bautismal cuando estamos ahí presentes.

Entonces, ¿por qué estamos tan tensos? Creo que hemos sido influenciados por una cultura divisiva. Se nos olvida que somos un pueblo. Creo que no estamos reconociendo a Cristo en otros, ya sea que ese otro esté al otro lado del banco de la iglesia o al otro lado del mundo. Se nos olvida que todos nosotros—cualquiera que sea nuestra afiliación política—somos juzgados ante Dios y que solamente la promesa de Dios del amor reconciliador de Jesús nos puede salvar. Liberados por esa promesa podemos encontrar una forma de servir al prójimo.

 

Su correo electrónico es: bishop@elca.org.

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