No temas

August 31, 2018

Voy saliendo en mi primer viaje a Holden Village, un centro para retiros cerca de Chelan, en Washington. He oído acerca de este Shangri-La (o paraíso) luterano desde hace años. He cantado y tocado en instrumentos la Holden Evening Prayer [la oración vespertina de Holden] en muchos ambientes. Me embarga la emoción. El versículo temático de la semana en la que estaré allá es “No temas”, el cual es parte de un pasaje más extenso que se encuentra en el libro de Isaías.

Para mí, Isaías 43:1-7 es uno de los pasajes más esperanzadores y bellos de toda la Escritura. Esta palabra llena de promesa y gracia va dirigida al pueblo de Dios que se encuentra exilado en Babilonia. Para muchos de nosotros es difícil imaginar la intensidad de estas palabras y de la promesa que contienen. La declaración de Dios: “mío eres tú… a mis ojos fuiste de gran estima… y yo te amé” es casi demasiado buena como para ser cierta. Indudablemente, cuando el pueblo oyó y confió en esa promesa, se volvió, como dice Zacarías, en “prisionero de esperanza”.

“No temas”. “No tengas temor”. “No tengas miedo”. “El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor”. “Debemos temer y amar a Dios de modo que…” ¿Y por qué todo ese temor? Creo que la noción de tener temor a un Dios amoroso es confusa. ¿Cómo es posible que el temor, que es tan opresivo, deba ser parte de la relación vivificadora entre Dios y nosotros? ¿Hemos de temer, o no debemos temer? Aun así, allí esta. En la Escritura y en el catecismo se nos dice que “debemos temer y amar a Dios”. Pero también se nos dice: “no temas”. Pienso que ambas cosas son posibles.

Hay mucho temor circulando en nuestro mundo, nuestro país y nuestra iglesia, y la evidencia está por todos lados: la policía y el personal militar muy armados en los aeropuertos; la estridente campaña de miedo que se nos lanza desde los medios noticiosos de izquierda y de derecha; la posibilidad de una guerra nuclear; y hasta amenazas fabricadas de higiene personal (¿tenemos los dientes más blancos y brillantes?).

Este tipo de temor hace que el mundo nos parezca caótico y abrumador, y nos lleva a tener relaciones cada vez más pequeñas. Es un temor restrictivo e inhibidor. Este tipo de temor se aprovecha de nuestra naturaleza pecaminosa, particularmente el pecado como lo definió Martín Lutero: “el alma curvada hacia sí misma”. Este tipo de temor nos coloca en el centro de un universo limitante y destructivo, y por eso es un medio efectivo de control.

El temor de Dios que se encuentra en la Escritura y en el catecismo es lo opuesto. El temor de Dios es, en realidad, parte de una existencia amplia y en expansión. En lugar de nuestros pequeños mundos atestados, con nosotros en el centro, podemos experimentar la profundidad y la amplitud del amor de Dios. Este tipo de temor es el sobrecogimiento que nos hace temblar en la presencia del poder de Dios expresado en amor. La ausencia de temor y sobrecogimiento hace ver a Dios, al cosmos y al mundo como si fueran pequeños, empobrecidos y parroquiales.

Así es como pienso que es posible que temamos y no temamos. Si tememos y amamos a Dios, si asumimos una actitud de temor reverencial, somos liberados. En vez de restrictivo, este tipo de temor es liberador. Somos liberados de los inútiles intentos de salvarnos a nosotros mismos. Somos liberados de los fatigosos intentos de justificarnos a nosotros mismos. Este tipo de temor es la mejor respuesta al temor constrictivo y destructor que esparce este mundo. No es negar que el mundo pueda ser aterrador y peligroso, sino que el temor y el sobrecogimiento ante Dios hacen posible que hagamos frente a las amenazas reales con la confianza de que este es el mundo de Dios–el mundo redimido de Dios.

Escuche la promesa de Dios: “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán las aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas. Yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador” (Isaías 43:2-3).

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