De la cuna a la sepultura

November 29, 2018

La Navidad se acerca a su tiempo de descenso. El año viejo está por finalizar,  el año nuevo no ha llegado aún. Ya es demasiado tarde para alcanzar las metas fijadas en el Año Nuevo anterior, y apenas queda tiempo suficiente para darse cuenta de que, cualquiera que sea la forma o el estado en el que uno esté, esa será la forma o el estado en el que uno llegará al final del año. Uno recibe una dosis alta de “lo que pudo haber sido”.

En el hemisferio norte los árboles están sin hojas; los campos, vacíos; las aves han migrado; los animales invernan; los días son cortos y las noches largas. Los colores de la tierra son opacos, y dondequiera que hay nieve, el mundo están en silencio. A veces, en estos días cortos y estas noches largas me pongo a pensar en lo corta que es la vida. Este pensamiento entra en conflicto con mi tendencia a creer que la posibilidad de autosuperación y renovación es ilimitada: siempre habrá otro día, más tiempo, otra oportunidad.

Recuerdo cuando hace tiempo observaba a nuestra primera hija dormidita en su cuna, pensaba en el futuro que ella tenía por delante, pero a la vez era consciente de la realidad de que también habría un final. La siguiente declaración del Miércoles de Ceniza: “recuerda que eres polvo, y al polvo volverás”, se hizo más penetrante y conmovedora. La progresión de-la cuna-a-la-sepultura es la trayectoria que nos espera; la inevitable e inexorable disminución de nuestras fuerzas.

El hombre es como la hierba, sus días florecen como la flor del campo: sacudida por el viento, desaparece sin dejar rastro alguno (Salmo 103:15-16).

Tal vez por eso la temporada navideña puede resultarnos tan tensa. Obviamente, hay expectativa y festejos, pero también hay presión y estrés. Quizá tratamos de recibir el nacimiento del Señor haciendo nuestros mejores esfuerzos (cuando yo era niña, las preparaciones para el día de Navidad no se habían completado hasta que la plata había sido pulida, y a mí me tocaba esta tarea), pero la desesperación se puede colar en nuestra urgencia de que la Navidad salga bien, de retener la noche. “Las esperanzas y temores de todos los años se cumplen en ti esta noche” (Evangelical Lutheran Worship [Adoración Evangélica Luterana], 279). Esta es una carga que la Navidad no puede llevar cuando la Navidad depende de nosotros.

La Navidad llega en el momento oportuno. En aquella primera Navidad, Dios no llegó a nosotros cuando estámos en nuestro mejor momento ni cuando el mundo era perfecto. Incluso las circunstancias del nacimiento de Jesús fueron un claro recordatorio de que no todo andaba bien —la forzosa migración a Belén, la falta de lugar para la joven familia, el nacimiento en un establo. Emanuel —Dios con nosotros— vino a nosotros en el preciso momento en el que más lo necesitábamos.

Nuestros intentos por lograr perfección se interponen en nuestro camino a recibir el regalo. Cuando tratamos de encajar en un ideal poco realista de lo que debemos ser en vez de acoger a Dios en nuestro verdadero yo, sin importar lo confuso que éste se encuentre, ¿qué queda entonces para el décimo tercer día de Navidad? Fatiga, seguramente; pero también la triste aceptación de que la vida avanza de la cuna a la sepultura.

Sin embargo, en la Navidad Dios revirtió la progresión de-la-cuna-a-la-sepultura. El ángel les anunció a los pastores: “Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lucas 2:10-12).

Esta es la nueva realidad. Esta es la verdad. Nuestras vidas no son una dura caminata sin sentido de la cuna a la sepultura, sino una jornada de gozo —gozo verdadero y duradero— desde la cuna hasta la sepultura. Todo nuestro quebrantamiento y nuestra muerte se encuentran con vida y sanidad y esperanza en el niño del pesebre. Su cuna derrota a la muerte. Somos amados. Estamos vivos. Ahora somos libres para recibir esta temporada santa.

Feliz Navidad, amada iglesia.

 

 

Un mensaje mensual de la obispo presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Su dirección de correo electrónico: bishop@elca.org.

 

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