Unidos en el bautismo

May 1, 2020

Hay un dicho irlandés que dice: “La gente vive al amparo de unos y otros”. Estoy trabajando en este escrito a finales de marzo.  No sé cómo será el mundo cuando lean esto a principios de mayo. El COVID-19 ha hecho que el todo el mundo se encuentre refugiado en su hogar. Hemos aprendido nuevos conceptos como el “distanciamiento social” y “aplanar la curva”. Hemos dejado de tener contacto físico —no hay apretones de manos, abrazos ni choques de cinco. Incluso usamos guantes. El mundo nuevo en el que vivimos es extraño.

En este nuevo mundo hay temor. Más de un millón de personas han sido infectadas, y miles han muerto. El virus no se puede ver. No sabemos dónde ni cuándo atacará a continuación. Nuestra vida ha sido interrumpida: los viajes han sido restringidos, y las iglesias, escuelas, negocios, parques y tiendas están cerrados. Los trabajadores de la salud, aquellos dedicados a la curación, están como soldados en primera línea. Oren y den gracias por ellos.

En este momento tan angustioso, algunos —individuos, comunidades y países— buscan seguridad y certidumbre almacenando tantas provisiones como les sea posible y separando otras. Atrincherados detrás de rollos de papel higiénico y toallitas Clorox, fortificados con generadores eléctricos y jamonilla Spam, algunos tratarán de esperar solos a que esto pase. Las ventas de armas de fuego y alcohol han aumentado. Esta combinación no es buena. Aunque es bueno tomar precauciones, es irrazonable creer que uno se puede aislar y desconectarse completamente de vecinos y naciones para que el virus ni las consecuencias de esta pandemia nos toquen.

Para mí, uno de los efectos más crueles de esta pandemia es no poder reunirnos. Nuestra inclinación natural en un momento de crisis es reunirnos, aferrarnos unos a otros, apoyarnos unos a otros. Los pasos importantes de la vida, nacimientos, cumpleaños, bodas, bautizos, funerales, días santos, días festivos, serán recordados como tiempos de aislamiento y ausencia.

Y sin embargo, en el sentido más profundo y verdadero, estamos conectados el uno con el otro. En el bautismo estamos unidos con Cristo y somos miembros unos de otros. El bautismo marca la diferencia y nos hace diferentes. Ya no somos viajeros solitarios que se abren paso por esta vida. No tenemos que hacerlo solos. De hecho, no podemos, porque en Cristo estamos unidos en un solo cuerpo. Y con la misma seguridad que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno —esta comunidad tan misteriosa de la Trinidad— también nosotros somos uno.

Jesús dijo esto claramente, y todos los días cumple esta promesa: “Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El Padre y yo somos uno” (Juan 10:27-30).

El bautismo nos hace diferentes. La inmutable y benevolente verdad de que somos de Dios nos permite sentir la conexión entre nosotros, incluso, y especialmente, cuando estamos separados. Esta es una gran paradoja: cuanto más estamos separados el uno del otro, más profunda se vuelve la conexión entre nosotros. Ahora que no podemos estar físicamente juntos, pienso con más frecuencia  en la familia y los amigos.

Y aquí hay otra paradoja: cuando estamos solos, cuando “llega la noche y el mundo ocupado se calla, la fiebre de la vida ha terminado y hemos hecho nuestro trabajo” (Evangelical Lutheran Worship, página 325), entonces, en la quietud y la soledad, sentimos la presencia de Dios.

Cuando la vida vuelva a la “normalidad”, ruego que yo no vuelva a los encuentros casuales con las personas y con Dios. No podemos pensar que somos islas. Como le pertenecemos a Dios, también nos pertenecemos el uno al otro.

El autor de Hebreos lo expresa de esta manera: “Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1).

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