La esperanza de Dios nos sostiene

July 17, 2025

Vuelvan a su fortaleza, cautivos de la esperanza (Zacarías 9:12).

Una de las apariciones de Jesús después de su resurrección es narrada en Lucas. Dos de los que habían seguido a Jesús iban de camino a Emaús. Era la primera Pascua, pero ellos no lo sabían. Lo que sí sabían, y que la vida les había enseñado, era que la muerte es definitiva. Su Maestro y Señor estaba muerto. Todas las cosas que habían visto, sentido y experimentado habían terminado. La visión que Jesús les había mostrado —el amor completo, incondicional; los cuerpos y relaciones sanados; vida nueva más gloriosa y armoniosa que el Edén; la redención del mundo, el mundo entero, toda la creación— todo había desaparecido.

Era un milagro que estos habían podido recobrar su compostura lo suficiente como para salir a caminar. Muchos de nosotros hemos experimentado profundas pérdidas. Recuerdo que cuando salí del hospital después de la muerte de mi padre me sentí desconcertada al ver que el sol aún brillaba, que la gente continuaba con sus vidas, que el mundo seguía girando. En ese momento, mi mundo se había detenido. Así debió ser para los dos que iban de camino a Emaús. En su dolor, ni siquiera reconocieron a Jesús. Dijeron: “Pero nosotros abrigábamos la esperanza …” (Lucas 24:21).

La semana previa a la Semana Santa estuve en Jerusalén y en Cisjordania en una visita de solidaridad con la Iglesia Evangélica Luterana en Jordania y Tierra Santa. El impacto de la guerra entre Israel y Hamas ha sido devastador. Gaza está casi completamente destruida. Durante el Domingo de Ramos, el último hospital que estaba funcionando en Gaza fue bombardeado. La situación en Cisjordania también es grave. El turismo es una industria importante en la Ciudad Vieja de Jerusalén, en Belén y en muchos otros lugares sagrados de Palestina. Esa parte de la economía se ha paralizado.

Muchos cristianos palestinos están emigrando porque no ven futuro para ellos ni para sus hijos. La presión que hay sobre el cristianismo árabe, el que una vez fue parte vibrante de la Tierra Santa (Mitri Raheb, un pastor palestino, señala que los ancestros de los actuales cristianos árabes pueden haber sido los niñeros de Jesús), es intolerable. La violencia de los colonos contra los palestinos es una realidad. Cuando se le preguntó a un chico de secundaria que conocimos qué esperaba estar haciendo en 10 años, él dijo: “Estar vivo”. Algunas personas con las que hablamos dijeron que ya no tenían esperanza.


Nuestra verdadera esperanza no radica en nuestro esfuerzo, sino en el amor infinito e íntimo de Dios en Cristo.


Hay muchos otros lugares en nuestro mundo y en nuestro país que experimentan la misma desesperanza. La guerra, los incendios, los terremotos, las sequías, las inundaciones, las enfermedades, la corrupción, el aislamiento y los cambios políticos inducen a una sensación de impotencia. Esto desgasta la esperanza. Cuando éramos más jóvenes, teníamos esperanzas y sueños para nuestro futuro, para el futuro del mundo. Es un cliché, pero las posibilidades parecían infinitas. Hicimos planes y establecimos objetivos. Como los dos que iban de camino a Emaús, “abrigábamos la esperanza”.

Es en este momento que Jesús les habla a estos dos que van en el camino y abre las Escrituras. Además, se sentó a cenar con ellos, y después de haber partido el pan se les dio a conocer. La esperanza de ellos no se había realizado porque esta esperanza —nuestra esperanza— es demasiado limitada para conocer el alcance y la plenitud de la esperanza de Dios.

La esperanza de Dios para el mundo fue infundida en la creación. La esperanza de Dios para su pueblo nos sostiene a través de todas nuestras rebeliones y orgullo. La esperanza de Dios para nuestro futuro solo es posible en la esperanza de Dios. Y cuando ya no podemos esperar, la esperanza de Dios nos sostiene.

No hay nada en la creación que pueda garantizar que nuestra vida y nuestro futuro se desarrollen exactamente como queremos. No importa cuánto planifiquemos y luchemos, no hay forma de que podamos manejar todas las variables que la vida nos presenta. Esa es la mala noticia. Aunque también es la buena noticia. Nuestra verdadera esperanza no radica en nuestro esfuerzo, sino en el amor infinito e íntimo de Dios en Cristo.

“Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Romanos 5:5).

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