¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? (Isaías 43:19).
¿Qué significa aguardar con esperanza? Los próximos meses estarán llenos de gran esperanza. Tenemos la esperanza del Adviento, la promesa de la Navidad, y la emoción de un nuevo año y todas las posibilidades que este ofrece. También tenemos el trayecto de la Cuaresma, el cual nos guía hacia una esperanza continua en el Cristo resucitado en la Pascua. Pero no deberíamos concentrarnos en una fecha concreta, como si esperáramos que algo suceda en un momento específico. En cambio, esperamos algo más significativo, más profundo. Esperamos una concientización más profunda de la presencia de Dios entre nosotros.
Quiero retornar a ese primer lugar de esperanza: el nacimiento de Jesús en Judea, lugar que tuve el privilegio de visitar hace dos años como parte de una peregrinación a Tierra Santa con el Sínodo Metropolitano de Chicago y el Sínodo de Florida-Bahamas.
Este viaje navegó por gran parte de los Evangelios, desde Belén hasta Nazaret, desde Capernaúm hasta Jerusalén, entre otros. A lo largo del viaje me preguntaba qué habría sentido Pedro cuando Jesús dijo: “Vengan, síganme”. Traté de imaginar las emociones que sintió Pablo en su camino a Damasco cuando escuchó el llamado de Jesús a una nueva vida, no como perseguidor sino como apóstol. Ahora, mientras recuerdo ese tiempo, espero y oro por una paz duradera para el pueblo de la Tierra Santa, tanto palestinos como israelíes, mientras emprenden su propio trayecto a través de un futuro incierto.
Ahí es donde nos encontramos hoy y siempre. Dios nos recuerda continuamente que el mañana no es algo que debamos conocer hasta que se despliegue ante nosotros. El trayecto del que hablo no es el de Adviento a Navidad ni el de Epifanía a Cuaresma. En cambio, es el trayecto que se nos ha llamado a emprender juntos. Si me usted me hubiera preguntado hace seis meses si hoy le iba a estar escribiendo como su obispo presidente, le habría dicho que no soy yo quien decide, sino la voluntad de Dios.
En Isaías leemos: “¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta?” (43:19). Este algo nuevo no es un nuevo comienzo; no para una iglesia que ha existido por casi 40 años, ni para una tradición de fe de más de 500 años, definida por la vida y las enseñanzas de Jesucristo, quien nació en un pesebre hace más de dos mil años. En cambio, es una oportunidad para que nos recordemos nosotros mismos que somos una sola iglesia, unidos en el llamado a compartir las “buenas noticias que serán motivo de mucha alegría” con todas las personas.
Somos una iglesia dedicada a la obra de justicia y paz, de esperanza y renovación, de amor y gracia. Y justo ahí surge esa palabra, vinculada a todo lo demás: esperanza. Esperamos una mayor justicia en este mundo y paz para toda la humanidad. Esperamos la renovación en la salvación de Dios; esperamos amar y ser amados. En otras palabras, la esperanza no es una idea novedosa nacida de los deseos, sino un constante repaso de la gracia y la misericordia que Dios nos ha dado, una y otra vez.
En los próximos meses, espero poder afirmar esta esperanza, tanto en mí como en ustedes. Rezo para que podamos seguir siendo una iglesia que escucha profundamente, ama generosamente, y sirve a nuestro prójimo con justicia. Me entusiasma conectarme con ustedes a través de Living Lutheran, en los nuevos videos que compartimos en línea, en los recursos compartidos con sus congregaciones y sínodos, y en persona.
Que este tiempo de espera sea un tiempo de despertamiento. Que podamos percibir una vez más ese algo nuevo que Dios está haciendo. Y que caminemos juntos, arraigados en la esperanza, extendiéndonos hacia lo que Dios está revelando.