Dios ama

April 12, 2018

Durante un servicio reciente en la capilla del Centro Luterano, Rafael Malpica Padilla, director ejecutivo de Misiones Globales, compartió con nosotros su versículo bíblico favorito: “Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1).

Jesús estaba en Jerusalén en el aposento alto orando con sus discípulos, siendo ejemplo del servicio desinteresado al lavarles los pies, y preparándolos para su glorificación que ocurriría en la cruz.

“Los amó hasta el fin”. Hasta su amargo fin en la cruz, pero hasta el fin de muchísimo más—hasta el fin de la atadura mortal del pecado, hasta el fin de todo lo que tratara de empañar la imagen de Dios que lleva todo ser humano, hasta el fin de la muerte.

Y Jesús los amó, 12 seres humanos de carne y hueso que llevaban todas las cosas que lleva la demás gente—pasión y humor y coraje, miedo y duda, la necesidad de ser visto y validado, gran fe y temblorosa incertidumbre. Jesús no amaba el concepto de discípulos o la teoría de gente— Jesús los amaba a ellos, Jesús nos ama a nosotros.

Jesús amaba. ¿Cómo describe uno esto? En la boda de mi prima, el sacerdote observó en su sermón que el lenguaje humano es muy pequeño para Dios. Toda la poesía del mundo no puede expresar el amor por nuestro ser amado o por el nuevo bebé o por la familia. Todos los himnos que han sido escritos o cantados no pueden transmitir el amor que tenemos por Dios. Tampoco pueden las palabras transmitir cuánto nos ama Dios. Es casi incomprensible cuánto somos amados por Dios. Es demasiado para poder asimilarlo, pero es cierto.

Este es el mensaje que el movimiento luterano aún tiene que expresar al resto del mundo. Dios nos ama. Dios desea lo bueno para nosotros y para el mundo. El amor de Dios es profundo y constante. Y el amor de Dios no es sentimental. La Encarnación no fue un capricho. Emanuel, Dios con nosotros, fue una inmersión deliberada en el quebrantamiento humano con el fin de producir sanidad e integridad.  “Cuando éramos aún débiles… cuando todavía éramos pecadores… cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo…” (Romanos 5:6-10).


Dios nos ama. Dios desea lo bueno para nosotros y para el mundo. El amor de Dios es profundo y constante. Y el amor de Dios no es sentimental.


El movimiento luterano le presenta al mundo una cara alternativa del cristianismo. Con demasiada frecuencia la imagen del cristianismo que se ve en la cultura popular es la de un Dios transaccional sentencioso que le exige perfección a un pueblo imperfecto, un pueblo que, en desesperación, lucha cada vez con más fuerzas para salvarse a sí mismo. Se erigen reglas de pureza—teología pura y moralidad pura. Se trazan líneas rigurosas que definen quién entra y quién se queda por fuera. La fe se convierte en trabajo. La rectitud es la rectitud nuestra, lograda por nosotros mismos.

La gracia—amor de Dios que ha sido dado gratuitamente—es obra de Dios. No es hechura nuestra. Es un regalo. Es libertad. Esto no significa, ni por un minuto, negar la verdad de nuestra pecaminosidad o negar que Dios sí nos juzga y observa que nos quedamos sumamente cortos. La gracia no nos da un pase gratuito, ni tampoco trata por encima la realidad del sufimiento y la maldad en el mundo. Esta gracia, esta libertad, hace posible que nos demos cuenta del amor de Dios en Cristo en el mundo y en nuestras propias vidas. Y ningún humano puede ponerle límites a la gracia de Dios.

Jesús ama a los suyos y nos ama hasta el fin. Jesús no espera que nosotros hagamos lo mismo—Jesús hace posible que nosotros hagamos lo mismo. Por lo tanto, no tenemos nada que temer y nada que perder cuando rechazamos la noción de supremacía racial, cuando le damos la bienvenida al desconocido, cuando confesamos que sólo Dios es primero. Podemos contar esa historia.

 

Un mensaje mensual de Elizabeth A. Eaton, la obispo presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Su dirección de correo electrónico: bishop@elca.org.

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