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La gracia es un don

May 20, 2024

Estamos a principios de mayo mientras escribo esto. Las hojas de los árboles aun tienen ese nuevo color verde que trae la primavera. Las lilas florecen con su aroma embriagador. Los pájaros saludan el amanecer después de un invierno frío y silencioso. Los días son más largos y tenemos la luz del sol. La temporada de béisbol está en pleno apogeo. Las tiendas de jardinería están llenas de flores y de gente. Por fin se puede sembrar el jardín. Es primavera.

Pero antes de la primavera está el invierno. No me refiero al pintoresco espolvoreo de nieve en Nochebuena. Me refiero a la nieve mugrienta que se ve en las calles durante meses y que no se derrite ni desaparece. Me refiero a temperaturas bajo cero y a la sensación térmica que compiten con la superficie de Marte. Noches largas. Días cortos. Llevamos tantas capas de ropa que parecemos el Hombre Michelin. Acumulaciones de nieve que hacen que sea imposible conducir nuestros vehículos. Depresión invernal. Yo crecí en Cleveland y vivo en Chicago, ambas ciudades situadas al borde de los Grandes Lagos en las que durante semanas hay una capa nubosa y los médicos recetan suplementos de vitamina D porque no hemos visto el sol.

De una manera perniciosa yo atesoraba estos inviernos porque cuando finalmente llegaba la primavera, sentía que me la había ganado. Como si me la merecía. De alguna manera, me sentía un poco culpable e incómoda cuando la primavera le seguía a un invierno moderado. ¿Por qué iba a haber luz del sol y flores cuando yo no había tenido que padecer? ¿Dónde estaba la justicia en eso? Era casi como hacer trampa.

Pero la primavera le sigue al invierno sin importar cómo haya sido este. No hay forma de ganársela ni merecerla. Llega todos los años, pase lo que pase. Y les llega tanto a los “merecedores” como a los “no merecedores”. No podamos hacer nada para que ocurra, y no podemos hacer nada para evitar que suceda.

La gracia de Dios es así. No depende de nuestro esfuerzo. No es una transacción: hacemos algo, Dios responde. Dios no hace diferencia entre “merecedor” y “no merecedor”. La gracia no es algo que viene para unos y no para otros. La gracia es la expresión del amor de Dios por todas las personas. La gracia es un don, y Dios es el dador.


La primavera llega todos los años, pase lo que pase. Y llega tanto para los “merecedores” como para los “no merecedores”.


Pero esta no es la lección que el mundo enseña. Nada es gratis. Ningún amor puede ser tan completo que no exija algo de nosotros primero. Ningún amor puede ser tan incesante y sustentador que no requiera de nuestro esfuerzo y vigilancia constantes. En este mundo existe la constante exigencia de rendir, de estar a la altura, de lograr cosas, de salir adelante. Piénselo: nuestros relojes y anillos se han convertido en dispositivos de seguimiento de nuestra actividad física. Incluso se realiza un seguimiento de la calidad de nuestro sueño. Parece que no hay respiro. ¡Ya basta!

Jesús dice: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados; yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas” (Mateo 11:28-29). ¿Demasiado bueno para ser cierto? Creo que esto es lo único bueno que es cierto. Es el más claro amor de Dios en la cruz. Un amor que está sellado como eterno en la tumba vacía.

El Cantar de los Cantares es un poema entre dos amantes, pero también es un canto de amor de Dios a los amados de Dios. “Mi amado me habló y me dijo: ‘¡Levántate, amada mía; ven conmigo, mujer hermosa! ¡Mira, el invierno se ha ido y con él han cesado y se han ido las lluvias! Ya brotan flores en los campos; ¡y el tiempo de la canción ha llegado! Ya se escucha por toda nuestra tierra el arrullo de las tórtolas’” (2:10-12).

Es primavera.

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